La reforma sanitaria se vendió a la ciudadanía más que como una necesidad; casi como una imposición. De no tomar medidas “urgentes”, el sistema público no iba a aguantar la creciente presión presupuestaria. La sanidad estaba en grave riesgo: era “insostenible”. El Gobierno de Mariano Rajoy presentó el real decreto 16/2012 como la fórmula magistral que iba a salvar el sistema del colapso. Dos años después, lo que ha conseguido la reforma es alterar de raíz su esencia: el ciudadano ha pasado de beneficiario de un derecho a asegurado en un servicio. Por el camino también se ha perdido la vocación de universalidad que había guiado las últimas normativas sanitarias, que intentaron ir reduciendo los colectivos excluidos del sistema.
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